#DF
El jardinero japonés que llenó Ciudad de México de jacarandas
26/03/2019. La capital recibe la primavera con sus árboles de color morado, detrás de ellos está la historia de Tatsugoro Matsumoto.
Ciudad de México es un monstruo. Una vasta mole gris que se extiende hasta el horizonte y engulle a las ciudades vecinas. Una urbe ruda y caníbal que cuando llega la primavera se pinta de colores y se viste un poco de fiesta. Entre los meses de marzo y mayo las miles de jacarandas que duermen en las avenidas, calles y colonias de la ciudad explotan en un intenso color morado que hace que los capitalinos levanten la cabeza del suelo y contemplen los “fuegos de artificio de las jacarandas, donde graznan los cuervos alegremente”, como dijo una vez Octavio Paz.
Estos árboles originarios de Brasil, llegaron de manera masiva a Ciudad de México de la mano de un paisajista japonés que se enamoró de América y cambió el curso de su propia historia y de la ciudad con sus semillas y sus plantas, su nombre era Tatsugoro Matsumoto. Hace casi un siglo, Matsumoto recibió el encargo de plantar en la capital mexicana cerezos japoneses por orden del presidente Pascual Ortiz Rubio (1930-1932), —igual que había sucedido en Washington en 1912—, pero el experto en el arte del ueki shi (paisajismo japonés) decidió cambiar de árbol en su propuesta porque el clima de México no sienta bien al cerezo japonés, al que llaman sakura. En su lugar, Matsumoto eligió la jacaranda, un árbol tropical de rápido crecimiento con flores de un intenso azul violeta que puede alcanzar hasta los 20 metros de altura.
El nieto de Tatsugoro Matsumoto todavía recuerda a sus 95 años, “el carácter duro, pero humano” de su abuelo y cómo pasó toda su vida trabajando en los viveros que le hicieron convertirse en un próspero empresario. Las manos de Ernesto Matsumoto parecen el tronco de una jacaranda, de un color grisáceo y madera perfumada, están fisuradas por el tiempo pero a la vez son fuertes. “Desde que nací he visto la jacaranda en mi casa, hay una relación de ese árbol con mi familia y siento como que es de mi país”, recuerda.
Don Ernesto, como le llaman sus conocidos, se sienta en una silla de bambú con los ojos entornados y cuando comienza a hablar —con un acento mitad mexicano, mitad japonés— parece que echara raíces en el rincón de su jardín y le empezaran a brotar ramas y pequeñas flores malvas de la cabeza. Matsumoto nieto habla de su familia, de Japón, de México, de la Segunda Guerra Mundial en la que luchó, de árboles y de vacas lecheras.
Fuente de la Información: La Vanguardia