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El Papa Francisco cumple 10 años frente al Vaticano
13/03/2023. Fue el 13 de marzo del 2013 luego de la renuncia de Benedicto XVI. La elección ocurrió tras cinco elecciones durante el segundo día del cónclave.
Este lunes se cumplen 10 años de la asunción de Jorge Bergoglio como Papa Francisco, el líder espiritual de la iglesia católica. Aquel 13 de marzo de 2013, la fumata blanca del Vaticano dio a conocer al reemplazante de Benedicto XVI (Joseph Ratzinger), recientemente fallecido, convirtiéndose así en el primer pontífice latinoamericano y jesuita.
En el balcón de la santa sede, Francisco les dijo a los miles de fieles qué se encontraban en la plaza San Pedro, “el deber del conclave era darle un obispo a Roma, parece que mis hermanos cardenales han ido a buscarlo casi al fin del mundo…”
La elección del cardenal jesuita argentino, que fue para el mundo entero una total sorpresa, seguramente no lo fue tanto para la cúpula de una institución dos veces milenaria, acostumbrada a trabajar en la discreción y a largo plazo, y a renovarse en la continuidad.
El impacto del pontificado de Bergoglio no puede medirse cabalmente aún, porque lo que está sembrando hoy “ha de modificar el futuro”. Así como su papado fue anhelado por muchos y preparado por ciertos acontecimientos, así también Francisco está trabajando con miras a ese porvenir.
Jorge Bergoglio traía la frescura de la Iglesia latinoamericana, que venía de definir en la conferencia de obispos de Aparecida, un programa para potenciar lo religioso. Parecía asegurar cierta modernización en aspectos de la Iglesia, sin llegar a ser un revolucionario. Además, por provenir del tercer mundo, abrazada con fuerza la preocupación social y evidenciaba tener condiciones para la conducción que en Benedicto XVI habían escaseado.
Bergoglio, el pontífice que nadie esperaba, cautivó rápidamente a un mundo que hasta entonces ignoraba todo sobre él. Lo hizo con una sucesión de gestos impactantes y con un estilo de comunicación nuevo: un mensaje profundo expresado en lenguaje sencillo y directo. Sus homilías diarias, las audiencias generales de los miércoles en una plaza de San Pedro colmada, una liturgia despojada y un papa que se dejaba abordar por la gente generaron una sensación de constante cercanía. La distancia de cualquier punto del mundo a Roma quedó salvada por una comunicación diaria en un lenguaje familiar que creaba intimidad y convertía al Vaticano en una capilla universal.
Cada gesto contenía un mensaje político. La humildad con la cual se presentó al mundo, como obispo de Roma era un consejo que más de un político haría bien en escuchar: “No hay que creérsela”. Somos todos instrumentos de algo superior, que nos excede, y cuyos designios no siempre podemos comprender cabalmente.
La austeridad fue un programa. Desde el comienzo, eligió vivir “normalmente”, en una residencia donde alterna con obispos, personal vaticano y visitantes en tránsito. “Una austeridad general es necesaria para todos los que trabajamos en el servicio de la Iglesia”, explicó. También fue, aunque no explicitado, el mejor mecanismo de defensa contra el riesgo de ser “cercado”, absorbido, por el aparato de la curia vaticana.
La combinación de esta actitud pastoral y de cercanía casi parroquial con la insistencia en lo central del mensaje evangélico –el amor al prójimo y la misericordia- y su traducción concreta en el movimiento -político y geográfico- hacia las periferias del mundo lograron en tiempo récord disipar la imagen de una institución anquilosada, alejada de la gente y absorbida por crisis y escándalos.
Fuente de la Información: Infobae